A veces me hundo. Esta es una forma muy simplificada de decirlo. Atravieso períodos
en los que mi autoestima se desmorona por completo y todo se vuelve negro. Entonces
estoy convencido de que no valgo, que no tengo nada que ofrecer, que soy un
desastre, un inútil. Estos pensamientos a menudo se centran en mi vida social y
sentimental. Me siento muy triste y muy solo, soy incapaz de hacer nuevos
amigos y mi relación con los viejos es distante y esporádica, no tengo vida
social en absoluto más allá del trabajo, no tengo ningún don con las mujeres y
aunque alguna viera algo en mí no me atrevería a hacer nada con ella, ni una sesión
de sexo anónimo sin compromiso ni mucho menos soñar con empezar una relación.
Por descontado que en esas rachas vienen a mi cabeza aquellos momentos en los que me he sentido estúpido y/o la he
cagado socialmente (que son legión).
Estas caídas van y vienen. A veces algo lo dispara, no hace falta mucho: ver una pareja
haciéndose carantoñas, ver una chica especialmente guapa, un grupo de gente
riendo y pasándolo bien, un personaje de película, serie o libro especialmente
inepto con las mujeres, uno especialmente diestro con ellas... Los sanfermines los paso jodidamente mal porque todo el mundo se lo está pasando teta de fiesta. El verano es una
época chunga para mí porque continuamente veo desfilar ante mis ojos objetos de deseo inalcanzables. Y el invierno tampoco es mucho mejor pues el frio y la lluvia ensombrecen mi ánimo.
Otras veces caigo sin motivo aparente. Sin que (al menos que yo sepa reconocer) nada
lo provoque. Pierdo las ganas y la ilusión por hacer absolutamente nada
quedándome vacío y apático. Dejan de interesarme leer, ver películas o series,
escuchar música, el proyecto que lleve ese momento, los estudios, escribir...
Siempre he visto la situación de la siguiente manera: Los bajones son mi
estado natural, como realmente soy. El resto del tiempo, cuando no me encuentro
sumido en esa tristeza, son distracciones. Ocupo mi tiempo con cualquier cosa
que evite pensar en ello: juegos de ordenador, películas, libros, proyectos...
Pero nunca es una solución definitiva, de tanto en cuando se me pasa el efecto
y nada puede evitar que repare en la verdad. Eso es lo que soy.
Por eso llevo años intentando convencerme de que más me vale aceptar que nada
va a cambiar jamás, que la tristeza y el vacío siempre van a estar presentes y aun cuando pase lo peor seguirán en segundo
plano, como un ruido de fondo. Más vale que me acostumbre, más me vale asumirlo
y aceptarlo, no debería fantasear con un cambio, con encontrar a alguien, pues así
sólo consigo que duela más.
Poco a poco casi lo voy consiguiendo. Hay ocasiones en las que me lleno de
confianza y pienso que no es tan malo. Que se puede ser feliz estando solo. No
duran mucho.
Hace poco se me ha ocurrido darle la vuelta a esa forma de verlo, como un
calcetín. Quizá mi estado natural sea el otro. Quizá lo normal en mí sea estar
de buen humor, ilusionado con algún proyecto, con ganas de leer y ver historias
nuevas. Quizá la química de mi cerebro no funcione como debiera y por eso, de
vez en cuando, tiene algún desajuste que me arrastre a la tristeza.
Es una idea liberadora…
Cuando consigo que no suene falsa.
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