06 marzo 2007

La torre

Observa el mundo, asomado desde lo más alto de su torre.
Por algún motivo, que él mismo desconoce, siempre ha orientado su vida puertas adentro.
Esta noche contempla desde su balcón un bello espectáculo de luces y magia arriba, en el cielo. La clase de maravilla que parece haber sido concebida para ser disfrutada en compañía de otra persona, recostados en una manta sobre la hierba.
Tal conocimiento cae sobre él como una losa, y pesa. Ha dedicado su tiempo, su esfuerzo, su deleite… su vida, en definitiva, a construir y adecentar su gran torre.
Siempre se había sentido diferente de los que se conformaban a vivir a ras de suelo, en casas endebles y grotescas hechas de materiales innobles como barro y espigas de cereal. Y en algún momento indeterminado comenzó a construir. No tenía un objetivo claramente definido, se dejaba llevar en cada momento a medida que construía y adornaba, perfeccionando sobre la marcha su gusto estético.
Durante una temporada se emocionó con el mobiliario, dedicando todo el tiempo del que disponía a apreciar la belleza, a explorar diferentes estilos, formas, materiales, deleitándose con las sensaciones que le producía la madera bien trabajada. Y al borde del éxtasis iba amueblando la planta…
…Hasta que perdía el interés. Invariablemente acababa por pasarle en todas y cada una de sus etapas, de sus “fiebres creadoras”. Por lo general cuando esto ocurría pasaba una temporada desorientado, con su particular brújula de la fascinación girando incapaz de marcar otro objetivo. Era una sensación en extremo desagradable la que le invadía cuando nada despertaba esa fiebre, cuando toda su obra dejaba de llenarle. Como un hambre que nada llena, querer correr y estar paralizado, estar cayendo y buscar desesperadamente asidero sin éxito. En esos momentos le invadía la ansiedad y la angustia.
Afortunadamente otras veces tenía la enorme suerte de enlazar directamente una fascinación con otra, abandonando la del momento para abalanzarse sobre la siguiente, encontrando una nueva dirección sin haber llegado a perder el rumbo.
A medida que se ascendía por los diferentes niveles de la torre podían apreciarse las idas y venidas de su interés, de modo que había pisos dedicados a pinturas, tapices, alfombras, esculturas, tinajas, estanterías llenas de libros, fuentes, lámparas… Y el único elemento en común de todas ellas era que estaban inacabadas. Siempre acababa perdiendo el interés, bien por alguna otra pasión que surgía o simplemente a cambio de esa sensación de hastío y desinterés.
Y era en noches como ésta, cuando se le hacía dolorosamente evidente que no tenía nada. Tan sólo una torre llena de grandes obras inacabadas, de proyectos, de aire… y nadie con quien compartirlo. Asomado a su balcón se daba cuenta de que allí abajo, la gente a la que casi despreciaba, con sus casuchas birriosas, era infinitamente más feliz que él.
Por supuesto que había intentado escapar de su propia trampa en forma de torre. Muchas veces se había aventurado afuera y tratado de relacionarse con la gente normal. Nunca había funcionado. Prácticamente todos sus intentos de socializar habían resultado un fracaso. Salvo alguna excepción se sentía incómodo, fuera de lugar, como si hubiera una barrera entre él y los demás, como si siguiese en su torre. No sabía cómo actuar frente a la gente normal, qué decir. Era algo a lo que había renunciado hacía mucho, pese a que en noches como aquella lo echaba terriblemente en falta. No se sentía cómodo con las costumbres, ni con las conversaciones, ni con la forma de pensar y actuar de “los normales”.
A lo largo de su vida se había encontrado con gente que tampoco se conformaba con vivir a ras de suelo. Con ellos se sentía a gusto. La convivencia con ellos parecía ideal. No debía abandonar su costumbre de funcionar “puertas para adentro”, sino que cualquier novedad podía compartirla con alguien que sabía apreciarla y viceversa. Desafortunadamente un giro del destino había llevado a aquellos a trasladarse a otro lugar lejano, con lo que prácticamente no tenía a nadie con quien socializar. Se había acomodado demasiado a las antiguas amistades que habían marchado y sus trabas para socializar eran suficientes como para no poder reemplazar ese vacío.
A veces se preguntaba si existiría alguien opuesto a él. Alguien que sólo viviera puertas para afuera. Que dedicara su tiempo no a la introspección, sino a socializar, disfrutar, compartir… Si tendría toda esa felicidad que a él le faltaba