14 marzo 2009

Fuckowski y el sexo

Lo que sigue es un relato sacado del blog de Alfredo de Hoces, alias Fuckowski. Es uno de los mejores relatos que he leído y trata sobre la facultad que tienen las mujeres para volvernos completamente locos.

Disfrutadlo ;)


Fuckowsky y el sexo
I.

Fui despertando poco a poco. La luz del atardecer se derramaba roja por entre las cortinas. Eché una mirada a mi alrededor. Mi apartamento, tal y como a mí me gustaba verlo: toda nuestra ropa desperdigada por el suelo, su minúsculo tanga al pie de la cama, varias latas de cerveza vacías; en la papelera, tres preservativos usados, cada uno con su nudo al extremo. Bueno, la verdad es que al tercero no le habría hecho falta el nudito, porque iba sin grumo.

Ella desnuda a mi lado. Luz de mis días, calor de mis noches, metro setenta de dulzura recubierto de rubia sedosa. Tenía un poco el chocho de oro, pero yo la quería; y ella a mí también. Estábamos muy compenetrados. Después de casi un año juntos ella conocía hasta la última de mis inquietudes, mis más profundos pensamientos, mis más íntimos deseos. Y viceversa: yo nunca tenía la más puta idea de por dónde me iba a salir ella al minuto siguiente.

Al principio me había esforzado en entenderla, buscar patrones, reglas, no sé, algo. A los tres meses decidí buscar retos más factibles, como averiguar el último decimal de PI.

Iba a ser un domingo de puta madre. Teníamos todo el día por delante, y yo no podía encontrarme más relajado. La noche había sido larga, íntima y sudorosa, una de esas noches de verano en las que al final, después de mucho amor, mucho sexo y mucha cerveza, el universo parecía ser como un flujo constante de alguna cálida sustancia en la que podías nadar eternamente.

Me levanté de la cama sigilosamente para no despertarla y fui al cuarto de baño. Me miré al espejo, me guiñé un ojo y me dije: “chaval, estás hecho un toro…” y luego mi ego y yo intentamos meternos en la ducha, pero mi ego no cabía así que entré yo solo.

Justo había acabado de ducharme cuando la oí llamar.

-¡Amor…!

Su voz sonaba como un concierto de arpas celestiales.

-¡Dime, preciosa! -dije.

-Creo que se me ha adelantado el periodo.

Ya la jodimos. Artillería, guarden las arpas, saquen los morteros, todos a sus trincheras. Pasamos de “plácido domingo” directamente a “DEFCON2″. Nuestra relación se encuentra bajo amenaza nuclear.

Mi simple y dicotómico cerebro de programador, cuyas variables podían encontrarse únicamente en los estados sí o no, se iba a enfrentar a un complejo sistema cuántico que soportaba los estados sí, no, no sé, tú no lo entiendes, te odio y no quiero verte más, o cualquier combinación de ellos. Además se aplicaba el principio de incertidumbre: el intento de medición influye en lo que se pretende medir. O sea, que como preguntes, peor.

Salí de la ducha, pero mi ego ya no estaba allí. Se había ido acojonado. Pues nada hombre, vamos a ver cómo capeamos el temporal. Me afeité, me vestí, y volví a la cama. Ella seguía tumbada.

-¿Cómo te encuentras? ¿Necesitas algo de la farmacia? -pregunté.

-No, lo tengo todo en el bolso. Estoy regular… -parecía triste.

-Vale preciosa, hacemos una cosa. Tú relájate, descansa, ponte música o la tele o lo que quieras, y yo te preparo de comer lo que te dé la gana, ¿qué te parece?

-¡Quiero pollo al curry!

Una sonrisa asomó a su rostro. Vamos bien. Un par de días mordiéndome la lengua y siendo especialmente atento y todo habrá terminado.

Me metí en la cocina a preparar el menú. A conciencia, cuidando que todo estuviese como a ella le gustaba. Las cebollas fritas con mantequilla y vino blanco, el pollo con poca sal, curry del picante, nuez moscada, y bien dorado. A la salsa le eché un poco de mozarella y un poco de miel, la pasé al microondas y luego a la batidora. El famoso pollo al Fuckowski. De primero, una ensalada con aliño francés. Le podía enseñar yo un par de truquitos al Arguiñano.

Hora y media estuve liado entre una cosa y otra. Salí de allí con una enorme bandeja tan bien presentada, que me daba pena que nos la fuésemos a comer. Seguro que encima del DVD quedaba de puta madre. Me sentía culpable, era como pintar la Mona Lisa y merendársela luego.

II.

Puse música chill out, nos sentamos cómodamente en el sofá ante la mesa perfectamente puesta, cogí una botella de cerveza, y como se me había olvidado el abridor, la abrí contra el filo de la mesa y la cagué con todo el equipo.

-¿Puedes intentar no volver a hacer eso en mi presencia? ¡Es lo peor! -me soltó, en plan borde.

-¿Lo peor por qué, reina? -pregunté con tacto.

-¡¡Porque alguien le ha puesto amor y esfuerzo a esa mesa, y tú no lo estás respetando!! -me miraba como si yo acabase de cagarme en la foto de boda de sus padres, o algo así.

-Amor, resulta que esta mesa la he pagado yo, y además venía desmontada y me pegué media hora apretando tornillos.

-Pero alguien la habrá fabricado, ¿no?

-Pues a mí me da que está hecha a máquina. Por los cuarenta euros que me costó, dudo que hubiesen contratado al padre de Pinocho -sí, ya se, me tenía que haber ahorrado la coñita.

-¿¿Te crees muy gracioso, no?? -se estaba poniendo de mala lechecilla.

-No, amor, lo siento… -se me escapaba un poco la risa de imaginarme al viejo Gepetto todo amoroso cortando maderas para hacer una mesa mierdosa de contrachapado.

-Bueno, pues no lo hagas más, ¿¿VALE??

-Que sí, lo intentaré.

Tenía narices que no pudiese uno hacer con su propia mesa lo que le diera la gana. Vale que ella estuviese susceptible, pero la mesa era mía. El sillón también, y me tenía arrinconado en una esquina. Comer me estaba resultando difícil.

-Preciosa, ¿te importa dejarme un poquito más de espacio? -le sonreí y le guiñé un ojo.

-¿¿Qué pasa, que te molesto??

-No… es que apenas tengo espacio, cabemos los dos perfectamente…

-Ya te vale… ¡Me estás echando!

Ay. Que dificilito.

-No te estoy echando. ¿Por qué no nos comemos el pollo al curry pacíficamente, que se está enfriando?

-¡¡Pues no se para que tanto cocinar, tanto cocinar, SI AHORA VAS Y ME ECHAS!!

-Pero vamos a ver. Echar es una cosa, apartar un poco es otra. Dime la definición exacta de “echar”, y luego me dices si te he echado. Sí o no, verdadero o falso.

-¡¡¡Tú, y tu puta manía de verlo todo blanco o negro!!! ¡¡¡No entiendes nada!!! ¡¡¡TAMBIEN HAY GRISES!!!

La cosa se complicaba.

-Cariño. También hay grises y lo sé perfectamente. Pero yo decido qué veo blanco, qué veo gris y qué veo negro, y en este caso…

-¡Ese es tu problema! ¡Siempre ves las cosas como a ti te da la gana! ¡No sabes ponerte en el papel de los demás! ¡Egoísta!

Notaba como alguna cosa templada se estaba generando en mi estómago y subía hacia mi garganta.

-Mira, guapa, si no me hubiese puesto hoy en tu lugar, se iba a haber pasado dos horas cocinando el pollito RITA LA CANTAORA, ¿ME ENTIENDES? ¡¡Joder!!, que vale que estés con la regla, pero ¿no puedes entender que yo me estoy esforzando todo lo que puedo, y que te has levantado cabreada sin ser culpa mía? ¿¿Tienes que proyectármelo a mí todo??

-¡¡¡A mí no me analices que yo no soy uno de tus programas!!!

-Bueno, mis programas funcionan…

Gran cagada, hermanos. Se me escapó. Quería decir que son predecibles, que sabe uno a que atenerse, que… en fin, ya era demasiado tarde.

-Ah, o sea, ¿¿que yo no funciono?? Que estoy loca, ¿¿no?? Pues sabes lo que te digo, ¡¡que te vas a librar de la loca!!. ¡¡ME LARGO!!

No, si sabía yo que nuestra relación corría peligro. No era la primera vez.

-Amor, llevamos once meses juntos y ya me has dejado once veces. ¿Eso no te dice nada?

-Sí, ¡¡que no sé como te soporto!!

Ya me cansé de hacer el gilipollas. Todos tenemos un límite.

-Pues mira, esto no se trata de soportarse, se trata de quererse. Ya sabes dónde está la puerta. Yo no te he echado del sillón. Tu haz lo que dé la gana.

-¡¡Pues me voy!! ¡¡Se acabó para siempre!! ¡¡Ya no vas a tener que ECHARME más!!

-Cariño, que yo no…

No la había echado. Otra vez esa horrible sensación. Una verdad clara y simple desapareciendo bajo toneladas de estiércol. No entendía la manía de la gente de enterrar la verdad bajo mantos de basura. El mundo al desnudo era extraordinariamente bello, ¿por qué cubrirlo de mierda? O quizás no era tan bello para todos y con la mierda tapaban vete a saber qué… lo malo es que esa mierda también caía sobre mi mundo. Y yo no la quería ahí, apestándolo todo. Me había costado media vida limpiar mi propia basura y ahora todo el mundo se empeñaba en echarme la suya encima.

Parecía que iba en serio, se había levantado y se había puesto los vaqueros. Intentaba ponerse el jersey. Aún estaba descalza. Me encantaba verla descalza, tenía algo muy hermoso. Era como si al estar cubierta de ropa, toda su belleza no cupiese ahí dentro y tuviese que escapar por algún lado, y se le saliera por los pies.

No soportaba verla irse de mi lado, pero yo ya había tenido suficiente. Tampoco era plan de estar todo el santo día sometiéndose a los demás. No me iba ahora a arrastrar por el barro suplicando, sería aceptar que la culpa era mía, que yo la había echado, que lo blanco era negro.

-¡¡¡No me vas a volver a ver en la vida, NIÑATO!!! -cuando se ponía en bersek mode ya no había nada que hacer.

-Sabes que me toca bastante las narices que juegues con nuestra relación. Para mí es sagrada. Te juro que si cruzas esa puerta va a ser la última vez que me veas -le dije, desafiante.

Me fulminó con la mirada, cogió su bolso y desapareció por el pasillo. Esta vez era la definitiva. Oía sus pasos. Rápidos, iracundos. Bueno, tampoco era para tanto. Sobreviviría. Me había pasado casi un año soportando este tipo de historias. Ella tenía un carácter irascible, mucho odio acumulado, muchas inseguridades que siempre me proyectaba a mí. Se fué dando un portazo. A la mierda, no me importaba lo más mínimo.

Cuando se apagó el eco del portazo mi apartamento quedó en silenció y de pronto me acordé de lo miserable que era el mundo sin ella. Así, de golpe. Como si un enorme monstruo peludo se abalanzase sobre mí y me reventase las pelotas.

Sonó el portero electrónico rompiendo el silencio. Vaya, parece que ha reflexionado a tiempo. Corrí a contestar.

-¿¿¿Sí???

-¡¡NO QUIERO VOLVER A VERTE JAMAS!!

Colgué. El monstruo seguía dándole a mis pelotas. Necesitaba relajarme, hacer algo constructivo, edificante. Volví al salón, quité el puto CD de chill out y enchufé el Ace of Spades de Motörhead. Toqué un poco la guitarra de aire, luego me puse a cantar, y cuando empezó el solo cogí la bandeja de pollo al curry, la elevé sobre mi cabeza y la reventé contra el suelo con todas mis fuerzas.

III.

Pues nada. Vuelvo a ser soltero, por no querer admitir algo que no era cierto. El lunes voy y le digo al gordo que es un inútil y que el workflow por el que la empresa le ha pagado tres salarios cuya suma daría de comer a una familia numerosa durante varios años es una birriosa caja de huevos, y a la puta calle. Si sigo fiel al dos y dos son cuatro, en breve viviré yo solito bajo un puente y subsistiré comiéndome mi propia mierda. Aunque igual es lo que ya estoy haciendo.

Esto es la maldición del sentido común. Uno ve un cuadrado y dice “mira, un cuadrado”. Y resulta que las normas sociales, lo políticamente correcto, los sistemas educativos, las carreras profesionales, en definitiva la humanidad entera parece estar edificada sobre el pilar de que aquello es un círculo y te lo tienes que llevar rodando, calladito y sin rechistar, con iniciativa y motivación propia. Y como se te ocurra ni siquiera mencionar que aquello parece cuadrado, miles de años de moral se te echan encima con la fuerza del big bang. Eres un radical egoísta soberbio anarquista conflictivo que cree ver un cuadrado por motivos de inmadurez, cobardía, odio a la humanidad, envidia, resentimiento.

Realmente es difícil. Uno solo pretende seguir su camino, pero parece que siempre obstaculiza el camino de alguien. ¿Por qué? Tal vez muchos de los caminos de los demás estén previamente construidos sobre la libertad de uno. Nota: tengo que ver a un psiquiatra. Estoy empezando a pensar en grandes conspiraciones.

Y es que la lógica me había ocasionado siempre graves problemas. Me sobraba tiempo para un flash back así que me quede mirando a la pared con expresión nostálgico-confusa, hasta que todo empezó a volverse blanco y acuoso.

De pronto tenía ocho años. Estaba en el colegio, una tarde, dando clase de ciencias. Monotonía de lluvia tras los cristales. Sacaba las mejores notas, mi conducta era ejemplar. La profesora nos estaba hablando sobre los minerales. Yo la admiraba, tan alta, tan lista, ella siempre tenía respuestas para todo. Y yo siempre tenía muchísimas preguntas.

Algún niño preguntó:

-Profesora, ¿de dónde sale la lluvia?

Yo lo sabía, lo había visto en la tele. Levanté la mano, pero ella dijo:

-La lluvia la hace dios.

Yo no lo entendía. Los profesores no podían equivocarse. Dije:

-Pues yo he visto en la tele que el agua del mar se evapora y se hace nubes, y luego se las lleva el viento, y se enfrían y se hacen otra vez agua que es la lluvia.

Fue con la mejor de mis intenciones. Yo sólo quería resolver aquel misterio, aquella ilógica contradicción. El concepto de dios siempre se me había escapado.

-¿Eso es verdad, profesora? -preguntó otro niño.

Ella sonrió de una extraña manera que yo no comprendí.

-Sí y no -dijo.

Toda mi forma de pensar se basaba en el precepto de que el sí y el no eran incompatibles. Cuando terminó la clase, me entregó una carta para mis padres. Algo se avecinaba y yo no sabía por qué.

Mis padres leyeron aquello. La profesora quería hablar con ellos acerca de mi conducta. Su hijo interrumpe mis clases y no muestra respeto. Mi padre me preguntó qué había pasado, y yo se lo expliqué. Él agarró un cabreo de cojones. Con la profesora, no conmigo.

Al día siguiente se presentaron en el colegio después de las clases. Fueron al despacho de la profesora y exigieron que yo estuviese presente. Intercambiaron formalidades durante un rato y luego entraron en materia.

-Señora, haga usted el favor de explicarle a mi hijo de dónde sale la lluvia -dijo mi padre.

-Él ya lo sabe perfectamente -la misma extraña sonrisa que parecía culparme de algo.

-Pues si tiene razón, ya me dirá usted cuál es su queja respecto a él.

-Es que yo soy la profesora y yo imparto las clases…

El primero de mis innumerables conflictos con la autoridad.

-Mire, este es un estado aconfesional. Usted es muy libre de creer lo que le dé la gana el domingo en misa. Pero como de lunes a viernes usted es la profesora, a mi hijo le imparte usted clases de ciencia, que es su trabajo.

-Es que las continuas interrupciones de su hijo entorpecen mi trabajo.

Aquello era muy injusto. Yo no había hecho nada. Y de pronto comprendí la sonrisa: ella sabía que no tenía razón, y trataba de ocultarlo. Era una sonrisa de auto disculpa. Allí, a tan tierna edad, me prometí a mi mismo desconfiar de cualquiera que expusiese sus verdades con una sonrisa de imbecilidad autocomplaciente.

Lo cierto es que desconfío de casi todo el mundo.

IV.

En fin, tendría que adaptarme a mi nueva vida de soltero. Para empezar, mi vida sexual iba a volver a ser en dos dimensiones, y mi vida sentimental se iba a reducir a sacar a mear a mi perro.

El vibrador del teléfono móvil ventoseó dos veces. Tenía un SMS. Era de ella. HASTA NUNCA, NIÑATO. No se exactamente por qué, pero aquello me conmovió. En realidad, eso simplemente quería decir “estoy aquí”. Ella se había largado, pero yo me sentía como si la hubiese abandonado a su suerte, tan rubia y tan indefensa.

Mire al móvil y luego al pollo al curry esparcido por el suelo, y luego de nuevo al móvil. Seguí así un buen rato, mientras me decía a mí mismo: píldora roja, píldora azul, píldora roja, píldora azul…

La llamé. Si miles de yanquis se habían arrastrado por el barro en Vietnam por una causa estúpida, yo podía arrastrarme un poco por ella. Cogió mi llamada:

-Qué… -estaba llorando.

-Cariño, siento haberte echado del sillón. ¿Podrás perdonarme? -toneladas de barro. Iba a tener que ducharme de nuevo.

-Ohhh… ¡no se! -se reía alegre y lloraba a la vez.

No tengo ni idea de cómo lo hacía. Sólo se lo había visto hacer a ella. Llorar y reír a la vez de esa manera. Era como un sí y un no juntos. Absurdo, imposible. Pero bonito.

Parece que ese iba a ser el trato. Yo me quedaba con el “dos y dos son cuatro por cojones” y ella con su mundo de color en que las mesas baratas de contrachapado eran monumentos al amor entre los pueblos. Para mí era una gilipollez, pero de su mundo ella sacaba un algo que compartía conmigo y que me hacía la vida más agradable. Yo utilizaría mi sentido común y mi mala leche para que nadie le jodiese a ella la inocencia. Esa inocencia que yo había perdido hacía mucho, cuando me llevé mi primera ración de hostias.

No sabía como iba a resultar a largo plazo, pero en principio no parecía mal trato. De vez en cuando tendría que reventar alguna bandejilla que otra, menos mal que los Motörhead habían sacado bastantes discos.

-Anda, perdóname, guapa. Vente a mi casa.

-¡Bueno…! Si te portas bien….

Esa sí que la entendía. Significaba rascarse la cartera.

Total que reserva uno mesa para dos en un restaurante caro y romántico. Charlamos y nos miramos y reímos a la luz de las velas, y la vida vuelve a ser maravillosa… hasta la próxima vez que “toca pollo”.