Juro que lo intento. Llevo una temporada poniendo empeño en lavar mi propio cerebro, a base de chutes de optimismo y sonrisas. Me meto incluso en forma de suporsitorio si es necesario ese rollo zen de dejar de desear algo para no sufrir.
Intento convencerme a mi mismo no de que no lo quiero o necesito, sino de que en mi puta vida voy a lograr acercarme remotamente a conseguirlo. Intento asumirlo y distraer mi mente, doy vueltas en moto, busco temas sobre los que apasionarme y dedicar todo mi tiempo durante un par de semanas, uso juegos de ordenador como anestesia mental (cumplen su papel de soma excelentemente)...
Y lo cierto es que funciona, casi siempre, salvo alguna excepción... como hoy.
El caso es que he leido algo gracioso, algo banal, divertido, grosero y en absoluto profundo. Algo que en ninguna mente sana llegaría a generar semejante estado. El efecto ha sido parecido al que a veces provocaba el padre de Charlie (Ojos de fuejo, de Stephen King) al insertar ideas en la mente de los demás. Ha ido rebotando sin control dentro de mi cabeza, despertando ideas, disparando alarmas y arruinando los efectos del soma que tanto me había costado conseguir.
El tiempo pasa rápido.
En un abrir y cerrar de ojos han pasado 26 años. Miro hacia atrás y me entran ganas de llorar. Cuanto tiempo perdido, qué desperdicio. Cuanta angustia, qué triste y patético. Entonces miro al presente y veo que la cosa sigue igual, adicto al soma mientras el tiempo pasa, intentando mantener la mente entumecida, porque en cuant se despierta grita de deseperación. Un parpadeo más y estaré en la cincuentena. Lo jodido es que todo seguirá igual y no sé si lo soportaré.
Y lo más jodido es darse cuenta de que alterno entre el soma y la angustia, sin llegar a hacer nunca nada por cambiar mi situación por puro acojono.
Cuando me suicide al cumplir los 50 que escriban en mi lapida "No tuve vida. Fui el ejemplo perfecto de la profecía que se autocumple"
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