24 junio 2013

Metáfora náutica sobre la felicidad.

Me he dado cuenta de que he escrito mucho (muchísimo) sobre la amargura, la, tristeza, la depresión, la sensación de vacío... pero poco o nada sobre la felicidad. Voy a contaros cómo la veo hoy:


Los filósofos helenistas identificabana la felicidad con la "Ataraxia" algo así como "paz de espíritu". Creían que estar tranquilo, evitando las exaltaciones, era la clave para ser feliz. Epicuro defendía llegar a esa paz evitando todo dolor y sufrimiento. Los estoicos asumiendo que todo forma parte de un plan cósmico benévolo y tacional al que, aunque no lo entendamos, nos debemos someter.
Yo creo que se quedan cortos. Ataraxia no equivale a felicidad. Yo la identifico con la alegría, el buen humor, la ilusión, las ganas de hacer cosas... No es un estado pasivo y sereno. Es algo activo, vivo. Quizá no de forma extrema (creo que los psicólogos lo conocen como manía), no es euforia desatada, pero sí que en esa dirección. Un estado de ánimo continuado.

La mejor metáfora que se me ocurre para describirlo es la siguiente:
Cada uno viaja a bordo del barco que es su propia persona. La felicidad consiste en navegar, desplazarse sobre el agua, sentir el viento en las velas, algo dinámico, moverse.
Y la tristeza es quedarse al pairo. Hundirse representaría la depresión, igual que nos sumimos en la apatía y la amargura.

Hay días buenos y malos. Hay días soleados en los que el viento sopla con fuerza y parece que vueles sobre las olas. Otros días son grises, sin viento y estás ahí, quieto. De vez en cuando atravesamos tormentas más o menos violentas (días malos, malas rachas). Puede incluso que un arrecife, algún suceso traumático o doloroso, rompa el casco de nuestra nave abriendo una brecha y comience a entrar el agua, amenazando con llevarnos a pique.

Tampoco todos tenemos barcos iguales.


Algunos tienen un navío esbelto, rápido y resistente. Es fácil de gobernar y no les cuesta a penas trabajo mantenerlo a pleno rendimiento. Las inclemencias del tiempo parecen no hacer mella en él.

Otros, en cambio tenemos una tartana vieja y en mal estado. La conocemos perfectamente. Este desgarro en la vela, mal cosido, es de aquella ruptura con esa chica que tan mal me lo hizo pasar. Este remo se rompió en aquel amor no correspondido (el otro lo perdimos tiempo atrás). Y los tablones podridos de cubierta son mi autoestima. A veces uno pierde demasiado tiempo haciendo inventario de los muchos desperfectos.

Y la tartana se hunde. No tiene sentido negarlo. Hay una brecha en el casco por la que se cuela el agua. En los días buenos es un chorrillo inapreciable y en los malos entra a borbotones. La tendencia natural de nuestra tartana es a quedarse inmóvil y hundirse lentamente.

Pero lo cierto es que todavía podemos navegar, podemos ser felices. La única diferencia es que a nosotros nos requiere mucho más trabajo en mantenimiento, debemos hacer un gran esfuerzo por achicar contínuamente el agua y reparar los mil desperfectos. Y si nos es posible tratar de tapar la fuga con lo que tengamos a mano, aunque sea cinta americana. Aun a sabiendas de que a los pocos días estaremos igual y las reparaciones no se acabarán nunca.


Para algunos la felicidad requiere un trabajo constante. Debemos hacer un esfuerzo por mantenernos alegres, por encontrar algo que despierte nuestro buen humor y alimentarlo para mantenerlo vivo y que no se apague. Nuestra tendencia natural es a observar pasivamente cómo va entrando el agua sin hacer nada por evitarlo. A hacer inventario de los desperfectos, repasando dolores pasados, en vez de remar o desplegar las velas aunque sople brisa.

Lo importante es que es una tendencia. Nada más. Se puede evitar. Sólo hace falta sudar un poco y trabajar en ello.